30 de junio de 2014

Simbología esotérica de la religión oculta: El Ojo de Lucifer en portadas de revistas de moda


Queda suficientemente presentado este espacio llamado La Religión Oculta. En las dos entregas anteriores de esta serie se ha hablado de la simbología esotérica propia de los amos de la religión oculta, hallada en cualquier manifestación publicitaria relacionada con las industrias de la moda, el entretenimiento o la política. Las portadas de revistas de moda y actualidad son auténticas minas de oro para extraer estos símbolos de las celebridades que aparecen en sus páginas. Las alrededor de 50 imágenes siguientes ilustrarán la presencia en nuestras vidas de los tentáculos de la religión oculta.

29 de junio de 2014

Simbología esotérica de la religión oculta: El ojo que todo lo ve u Ojo de Lucifer


Este símbolo esotérico utilizado en los rituales de la religión oculta quizá sea el más popular de todos cuantos usen los amos de este culto ocultista que entroniza, consciente o no, al maligno como príncipe o monarca de este mundo. Se trata por lo tanto de la más importante de sus firmas.

Conocido como el «ojo que todo lo ve» u «ojo de Horus» —si bien uno y otro originalmente son símbolos distintos—, este sello se encuentra estampado por doquier en multitud de obras diseminadas en el ambiente cultural reinante y por extensión en las industrias principales de entretenimiento (cine, música, literatura, videojuegos, deporte, etc.) e incluso en cualquier aspecto que influya en nuestros actuales estilos de vida occidentales (moda, política, ideologías recientes, etc.) Iré mostrando los tentáculos más importantes de este plan diabólico, como dije, a partir de una serie de imágenes extraídas de fuentes oficiales (portadas de revistas, carátulas de CD musicales, carteles de películas, anuncios publicitarios, etc.), es decir, documentos gráficos que no son espontáneos sino preparados para ser enseñados en algún medio de comunicación escrito o en soporte físico.

La Religión Oculta: El programa de Satanás y sus esclavos para seducir a la humanidad


Para un creyente católico, como es mi caso, la Biblia es palabra de Dios. No se trata de una adhesión irracional o arbitraria a una serie de libros elaborados por hombres comunes, y de los que se cuenta que recibieron una inspiración especial a la hora de escribirlos. No, para nada. No se trata de eso en absoluto. Pues hay una diferencia radical entre credulidad y creencia. El crédulo es aquel que cree sin razones, ciegamente[1]; la creencia nace siempre de sospechas fundadas, de certezas seguras, de motivos perfectamente plausibles. La religión cristiana, por tanto, está avalada por millones de razones que la respaldan[2].

Por eso confío en la Biblia como palabra revelada, atendiendo con especial cuidado a lo que en ella se cuenta. Entre todo ello hay algunas cuestiones sobre las que los curas pasan de lado, sobre las que no cuentan ni media u omiten directamente; pero alguien tiene que arrastrarlas a la luz, para acotar las sombras que se extienden por la tierra. Como ellos saben muy bien, no todo en esta vida es de color de rosa. Para testimonio el del mismísimo Cristo. Jesús se las tuvo tiesas con el mal en persona, y sufrió el calvario a pesar de ser el único santo, el único bueno, el único justo. La influencia de alguien perverso hizo, aunque cueste creerlo, no solo que los hombres rechazaran al Hijo de Dios, sino que lo crucificaran en un vulgar madero, empujándole a una muerte terrible y vergonzosa.

En relación con esto, entre las páginas de la Biblia se recoge una afirmación sorprendente. En ellas se asegura que el príncipe de este mundo es el diablo[3]. Casi nada. Sin embargo, antes de analizar qué significa esto, es decir, cómo se traducen estas palabras en nuestro acontecer diario, quiero sentar las bases de lo que se enseñará en este espacio. Primero, según lo anterior, Satanás es un ser real, un agente destructor cuyo fin es la perdición de los hombres y en consecuencia la condenación de sus almas[4]. En según lugar, la realidad de Satanás implica un estado de guerra perpetuo entre la raza humana y las potencias sobrenaturales que quieren hacerla pedazos. Ahora bien, donde se da una guerra existen bajas, víctimas, muerte, fatalidad y desgracia. Por tanto, la vida no es un juego y alguien se toma demasiadas molestias para llevarnos a su terreno. La guerra es real. Yo veo esta guerra. ¿Alguien más la distingue?[5]